En materia de política (y otras cosas) siempre he sido un
tronco.
Las matemáticas, por ejemplo, nunca se me dieron, ni me
importó que no se me dieran. Pero sí quería ir a la Uni, así que no hubo de otra
más que quemarse las pestañas y comer derivados, algoritmos y todas esas bromas.
Más de una vez, hemos evitado los temas políticos entre
amigos, por ignorancia, por indiferencia, por no agarrarnos del chongo, en
resumen, porque nos vale.
La cosa es, que así como con las mates, si no sabes lo
mínimo, pelas pepinos. Y es precisamente a raíz de esta parafernalia de las
pre-campañas que me he puesto a pensar un poco en el peso y la importancia real
de nuestros gobiernos.
Si bien ningún partido nos convence del todo, o en lo absoluto, creo que lo mínimo que debemos hacer es informarnos y estar conscientes
de las plataformas, el historial y las propuestas de nuestros candidatos
presidenciables, eso no debe ser algo que nos valga.
Quizá haya muchas cosas que no están en nuestras manos, pero
en la medida que las personas intentemos acercarnos a la información que está a
nuestro alcance (aunque el Peje diga que las monstruosas televisoras nos
controlan y manipulan la info a su conveniencia) lo cual es cierto, pero seamos
honestos, estamos llenos de otras opciones de comunicación y de periodistas
serios en este país. Señores, el verdadero poder de la información y de la
verdad no está en casa de los Azcárraga, todo lo contrario, basta con hojear el
periódico, aunque terminemos leyendo el horóscopo, basta con buscar en sus
iphones otra cosa que no sea el facebook, el twitter o la foto de la edecán con
el escote más famoso del mundo mundial. En nosotros está la libertad de decidir en qué y no creer.
La carrilla política está suave, claro que sí, pero no hay
que perder el punto, se trata de elegir al próximo inquilino de Los Pinos, nos
guste o no.
Nos ha sido muy fácil apuntalar las fallas, las tranzas, los
trapitos sucios, y toda la porquería que a veces cargan los políticos, y sí, de
que los hay chuecos, los hay.
¿Y nosotros qué? ¿Cuáles son nuestros trapitos sucios? Me
cae que es bien padre ser el Simon Cowel del American Idol político, es
padrísimo estar de juez, esperando ver quién resbala o ver a quién se le
desafina la tonada, yo lo hecho, y todos por lo menos una vez también (lo saben).
No es que yo sea la ciudadana ejemplo, para nada, sólo creo
que si ni el hipster de Quadri, ni el mi rey de Peña, ni el crazy lover del
Peje, ni la falda de la Vázquez Mota nos llenan el posillo de expectativas,
siempre habrá otra opción, voltear el espejo y ser el Simon Cowel de nuestras
propias canciones. Porque simplemente creo que está de la burra esperar a que
los cambios dependan de una sola persona, de un sólo partido con el que no estaremos identificados durante 6 años.
Hacer corajes es facilísimo, tomar las riendas de nuestras
vidas es otro son… y habemos muchos que ni queremos corearlo. Son a veces las
cosas más simples de nuestras vidas, nuestras rutinas, nuestros malos hábitos,
la manera en que tratamos a la gente, y al mundo en general, las que hacen una
gran diferencia, para bien o para mal.
No es que no importe quién gane este próximo 1 de Julio,
pero qué diferencia hay si los cambios no vienen de cada uno de nosotros y
aprovechamos lo que sí está en nuestras manos.
¿Quién va a perder su próximo debate?